Cielo Yamile Riveros es violada por mayordomo
Cielo Yamile Riveros es violada por mayordomo
El jefe al fin le entregó la nena de 13 de sus sueños al enamoradizo, calentón, pijudo y sádico Mayordomo: un día para lo que él quiera y dos días para sesiones de sadismo. Todo para sacarle los últimos videos a vender, antes de venderla al Jeque árabe.
Me pertenecía por un día. Y por otros dos me la podría coger entre tortura y tortura. Mientras me la llevaba dormida (¡oh, Borges!) para la Habitación 3, pensaba hacerla gozar todo lo posible el primer día para compensar las torturas de los siguientes dos, para que comprendiera que las torturas no serían mi decisión. Ya tenía preparada la mazmorra. Sin ventanas, pero imitando de la manera más cursi la pieza de una niña, con muñecos, edredón, sábanas y mobiliario rosas.
Deposité a Cielo Riveros, aún dentro de la bolsa de dormir, en la gran cama (donde, con otra decoración, ya había sido culeada por el amigo italiano del jefe), abrí la bolsa y extraje a la nena. La deposité de nuevo en la cama. Respiraba profundamente. La olí, extasiado. Miré la conchita; había crecido mucho desde la primera noche que la vi: ya tenía la forma de una concha adulta, pero seguía teniendo el tamaño de una casi niña.
Le pasé un poco la lengua por el tajito, le di un besito en el capuchón del clítoris, y la vestí con una bombachita rosa de nena, un camioncito rosa de nena y, tras peinarla bien, una vinchita rosa de puta infantil, más medias de red blancas. Estaba para recontra violarla.
Las drogas que le había encajado le provocarían (alargadas el tiempo que yo quisiese con nuevas dosis) un sueño largo y muy profundo, pero al mismo tiempo sensible a los pijazos. Quería cumplir la fantasía de robármela y violármela dormida, pero también quería que me sintiese. Un objetivo secundario de cogérmela dormida era amenguar el dolor, y el horror, de ser ensartada por mi verga de 21 centímetros. Ni siquiera la pija de Mandinga (hasta donde podía entrarle) era tan gruesa como la mía.
Temblando de deseo, la dejé abrigadita en la cama y me fui a dar una ducha rápida. Había tomado Gotexc hacía dos horas, pero sin él me hubiera bañado con la pija igual de parada. El olor de Cielo Riveros me trastornaba; un embriagador aroma a niña hembra que ni siquiera las quinceañeras tenían.
Me sequé y luego me senté al lado de la cama a contemplarla durmiendo, pajeándome distraídamente y fumando la pipita de agua. Luego me acerqué a la cama, acerqué la pija a Cielo Riveros y le refregué metódicamente el glande ya jugoso por toda la carita. Luego le pasé la lengua por el cuello; se retorció como una gatita. No pude resistirme a comerle de inmediato la boca; dormida, me respondía a los besos de lengua quedamente.
Le chupé y lamí minuciosamente el cuello y los hombritos, mientras le apretaba las tetitas bajo el camisón. Los pezones estaban erectos y se dejaban tironear. La nena empezó a retorcerse dormida. Le mordisqueé las tetitas largamente por sobre el camisón sin corpiño, manoseándola más abajo como el depravado que soy hasta meter mi mano izquierda en la bombachita rosa. Metí mi largo dedo anular en la ranura y la pajeé lenta y laboriosamente con el dedo dentro de su conchita, mientras presionaba y frotaba el clítoris con la palma de mi mano.
Ya la nena ladeaba la cara, gemía y corcoveaba quedamente. Saqué la mano de la bombachita, me olí embelesado el dedo medio y me lo chupé. Volví a refregar la punta de mi chota contra los labios enormes, infantiles y tersos. Se los dejé llenos de precum; dormida, olió el glande, extasiada.
Entonces me tiré entre sus piernas, la abrí más de gambas y corrí la bombachita para ver el tajito absolutamente pelado. Volví a olerla, en éxtasis. Refregué mi mentón pinchudo contra su ojete. Se quejó, dormida. Le levanté las patitas y le pegué una chupada de ojete de campeonato, aguantando la tentación de culeármela ahí mismo. En el video que luego edité, se la puede ver relamiéndose y saboreando el precum en sus enormes labios color frutilla lamida mientras mi lengua le hacía estremecer el ano cada pocos instantes.
Me coloqué entre sus piernas y enhebré mi poronga en su conchita. Ya a ojo de buen cubero se veía que ni siquiera entraba todo el glande. Pensé que había maldad en el magnánimo Jefe al entregármela; querría ver, entre otras cosas, cómo este tajito ínfimo me hacía ver las estrellas. Si ese era su objetivo, lo logró plenamente.
Sin demasiada fe y sólo por el placer subjetivo de meterle la pija, apreté el glande contra la conchita. Entró la punta de la punta; la conchita se estremeció un par de veces, llevándome casi al éxtasis. No me importaba acabar rápido porque con todo el Gotexc que tenía y mis ganas de Cielo Riveros iba a seguir parada por varias horas; pero quería que mi primera leche en ella fuera apoteósica. Así que me estiré hasta la mesa de luz y me embadurné toda la chota con lubricante; metí el pico del paquete en la conchita y se la inundé. Corcoveó de nuevo: el cóctel de drogas estaba funcionando perfectamente; la mantenía profundamente dormida pero casi perfectamente sensible.
La aferré de las nalgas y las caderas con mis grandes manos y le clavé la verga con fuerza. Exhaló una mezcla de gemido y suspiro, y mi glande entró justo hasta antes del ensanchamiento final; la conchita me apretaba como jamás lo había experimentado.
La dejé cinco minutos clavándose contra el ínfimo orificio antes de empujar fuertemente de nuevo. Con habilidad y esfuerzo, se metió todo el glande, y quedó trabado adentro. Grité de dolor; ella suspiró abrupta y quejosamente. Ahora no la podía sacar aunque quisiera, así que elevé mis extremidades y mi torso y concentré todo el peso de mi cuerpo (casi 90 kilos de puro músculo) en mi pene clavándose en ella; le arranqué un resoplido de dolor que la aflojó toda, pero entró apenas un centímetro más.
Con las dos manos, le abrí las rodillitas y las plegué sobre su torso. Me afirmé mejor y empecé a cogerla lenta y sabrosamente. La lubricación permitía una progresiva entrada de la chota en la dormida pero anhelante conchita. Cielo Riveros fruncía su tajito con fuerza dos o tres veces por minuto, me hacía ver las estrellas y me llevaba al paraíso. Eran apretones como de garra, que se quedaban tenazmente aferrados al objeto de su vigor antes de soltarlo abruptamente, en un estremecimiento de colibrí.
Al cabo de media hora y después de varios lentos pero firmes empujones, calculaba que tenía al menos 8 centímetros de verga adentro. Según mi teoría, podía meter hasta 14 centímetros para hacer tope en la entrada del útero, pero dudaba, por mi grosor, que la verga le entrase más de 11 o 12.
La conchita me apretaba todo lo que tenía adentro de ella. La agarré de las muñecas, me afirmé bien y la cogí así, lentamente, procurando dilatar el lugar lo suficiente como para que cogerla no implicase romperla ni destruirme la pija. La nena arrugaba la frente por el dolor, y gemía cada tanto como un gatito. A veces murmuraba frases como ‘¡No, (inaudible), me duele!’.
Desde la Habitación 2, el Jefe había subido la calefacción de la Habitación 3, y yo sudaba como un pollo rostizado sobre Cielo Riveros, que ya estaba empapada por el esfuerzo (mío de clavarla, suyo de ser clavada).
Me di vuelta boca arriba con la nena ensartada, y empecé a cabalgarla lenta, golosa y metódicamente hacia arriba, a ver si entraban, aunque sea dos centímetros más. Al minuto, la nena sola me cabalgaba la verga; se la clavaba duramente y la dejaba así, estremeciéndose orgásmicamente (como en los sueños todo ocurre veinte veces más rápido que en la vigilia, estaría soñando con un orgasmo infinito), hasta aflojarse desinflándose toda y abandonándose a mi pija, que seguía la impulsándola hacia arriba.
Así estuvimos al menos 20 minutos, hasta que sentí la entrada de su útero en la punta de la verga. Casi enloquecí de placer al sentir el pequeñísimo tope. Restregué la punta contra el fondo de la conchita, apretándome con todo contra ella, y le arranqué unos ronroneos y estremecimientos desconsolados; su cuerpo sudaba todo sobre mi cuerpo sudado, y mi pecho recibía un hilo de dulce saliva de su comisura izquierda. Seguí restregándome contra su Punto G hasta enloquecerla. Levantó un poco la envinchada melenita color colacola y lanzó unos claros ‘¡Ah, ah, ah!’. Acabó meándome profusamente, y me apretó tanto la verga que me desleché, empujándola hacia arriba furiosamente entre roncos gemidos.
Me quedé como estaqueado diez minutos, con la nena toda flojita sobre mi cuerpo y aún ensartada en mi verga piradísima. Mientras recuperaba el resuello (sin dejar de amasar sus más adorables contornos) pensé que estaba abotonado por un buen rato con la nena más linda y putita que hubiera visto; se me estremeció la pija adentro de Cielo Riveros, lo que motivó a la nena a abrazarse a mi torso y volver a cabalgarme lenta y suavemente.
La dejé que me cogiera así un rato, conmovido y excitado. Pero cuando empezó a clavársela a fondo y dejársela bien puesta varios segundos, aferrándome los muslos con sus poderosas piernitas y la verga con su diminuta y todopoderosa conchita, enloquecí. Me di vuelta con ella abajo, le abrí más las patas y la empecé a coger con todo.
Cuatro o cinco minutos de esa cogienda despiadada bastaron para que entreabriera los ojos y empezar a chillar de dolor. Le agarré las dos muñecas juntas con una mano por encima de su melenita sudada, con la otra le tapé la boca, me acomodé para darle mejor y la seguí cogiendo sacado. Ahogada, cada tanto tragaba saliva y emitía algún gemido apagado por mi manota, que sobraba para taparle toda la cara bajo los ojos.
Después de ese rato dándole sin pensar, observé sus ojitos medio idos y recapacité un poco. Paré de cogerla, saqué mi mano de su cara y comencé a chuponearla, caliente pero dulcemente, mientras la manoseaba toda; cada tanto se la clavaba un poco más y ella arrugaba la cara y maullaba, entre dormida, enloquecida de placer y asustada.
En un momento que paré de comerle la boca, nos quedamos mirándonos a los ojos y ella murmuró ‘La tenéis muy grande, pa, me haces re doler’.
Eso volvió a enloquecerme. Le chuponeé toda la cara y el cuellito y después repliqué. ‘Es que vos sos muy putita, andás calentando vergas de viejos con seis años’.
Balbuceó ‘Perdón. Me calienta que me deseen los viejos’, y terminó de romperme la cabeza.
Agregué ‘Bueno, no te preocupes por eso porque de ahora en más papito te va a coger bien cogida. Así no tenéis que andar de buscona con extraños, pedazo de puta’. Se revolvió contra la pija, siempre completamente dormida pero con los ojos entreabiertos y mirando al vacío.
Le levanté un muslito para pasarlo por debajo de mi vientre y ponerla, dificultosamente, de espaldas a mí para cogérmela desde atrás, todo sin sacarme la pija; los tirones de verga fueron desgarradores para mí, y creo que para ella también. Pero valieron la pena cuando pude envolverla completamente con mi torso, brazos y piernas y volver a clavarle la concha hasta el fondo.
La cogí a fondo en esa posición por más de diez minutos y acabé en cuatro torrenciales y largos lechazos. Sentí su cuerpo completamente flojo debajo de mí; como pude, me puse boca arriba. La nena, abotonada, quedó boca arriba, con las blancas piernitas desarmadas alrededor de las mías y los bracitos ídem alrededor de mi torso; su melenita colgaba, exánime, sobre mi hombro derecho; respiraba apenas; se había desmayado en su sueño.
De inmediato me arrepentí de cogerla tan salvajemente. Había maldad en el Jefe al entregarme a mi amada: sabía que, me ordenara lo que me ordenase él o planeara yo, al final perdería la cabeza y le daría con todo. Sin embargo, después de dedicarle tanta leche, mi presión bajó y me dormí, así como estaba, boca arriba. No me desperté hasta la mañana.
El Mayordomo se goza a Cielo Riveros despierta
El enamoradizo pero sádico y pijudo mayordomo rompe a la secuestrada, emputecida ya despierta nena de 13, antes de dos días de BDSM. Desperté de costado, abrazado a la nena, yo completamente desnudo y ella con el puti camisón todo revuelto, la vincha corrida, la melena despeinada y los muslitos con leche reseca. Ambos estábamos destapados. Ella respiraba profundo, pero estaba por despertar. Aproveché para olerla de nuevo; olía a nena, a hembra, a puta lecheada. Me quedé chuponeándola y lamiéndola toda, de la mejilla derecha al cuellito, a los hombritos ínfimos, mientras la manoseaba despacio y a piacere y me refregaba contra el culazo cada día más grande, parado, carnoso, terso y ensartarle. La puse boca abajo y comencé a chuparla toda; ahí abajo olía a culo, a concha, a semen, a flujo; su conchita y su muslito izquierdo tenían restos resecos de semen bajando hasta la sábana. La mezcla con su (para mí) distinguible aroma corporal me enloqueció, y le saboreé la conchita hasta que la sentí despertándose. Entonces volví a subirme sobre ella y la ensarté. Se quejó, ya despierta, para hacerme notar que había despertado y que le dolía. La saludé ‘Hola, Diosita. El Jefe te entregó a mí tres días’. Sólo comentó ‘La tenés muy grande’, a modo de defensa. Con su aguda inteligencia, creo que ya tenía claro que yo no iba a hacerle daño adrede, y que no iba a tomar represalias salvajes por cada mínimo acto, gesto o palabra de defensa. Como premio a su astucia, se la saqué (había entrado la cabeza, que salió con un sordo sonido de botella descorchada, arrancándole un respingo a ella) y le ordené ‘Chupala bien, así me tranquilizo un poco antes de que desayunemos’. Se dio vuelta y contempló estupefacta la poronga que se iba a comer por los siguientes tres días. ‘Es gigantesca’, musitó incrédula. ‘¿Viste? Es toda tuya. Dale unos besitos de bienvenida’, la animé, y me tiré boca arriba con las manos atrás de la nuca y la verga pulsándome, paradísima, cabezona y venosa. Me deleité viéndola acercarse con miedo, asombro y devoción a mi verga. Aproximando la manito a la verga en cámara lenta, irresoluta, para, al final, apretarla fuerte en la base sólo para sonreírse viendo cómo empezaba a enloquecerla con sus trucos de hembra. Olió lentamente el glande baboso y fue bajando, siempre rozándome la verga con su naricita, hasta mi espesura púbica y mis testículos, ya ahítos de semen pese a la paliza que les había dado antes de dormirme. Se quedó oliéndolos, embriagada, y luego los besó suavecito, un rato. En el medio musitó ‘Uh, qué rico’ y casi acabé en seco. Después se metió un huevo en la boca y lo chupó mirándome con esa cara de nena putita que me vuelve loco; gemí contemplándola: un solo huevo mío le llenaba la boca casi tanto como una verga. ‘¿Te gustan mis huevos?’, pregunté. ‘Me encantan. Son más grandes que los de Mandinga’, maulló la trolita justo antes de empezar a chupar el otro, mientras volvía a apretar súbita y tenazmente la base de mi verga; cada vez que lo hacía, me llevaba al borde del éxtasis al tiempo que demoraba la eyaculación, enloqueciéndome más. ¿Dónde había aprendido eso? ¿En videos que yo le había puesto en el ‘canal porno’ y ya había olvidado? ¿O de sus trabajos de campo con el Jefe y los demás machos que éste le había inferido?, pensaba mientras Cielo Riveros me iba mordisqueando el tronco y lamiéndolo, rumbo al glande, sin dejar por un instante de observarme atentamente con sus ojos de ámbar. Se sonrió mirándome a los ojos y abrió su enorme bocaza de nena de trece para luego engullir de un bocado mi ávida manzana. No lo logró: era demasiado grande. Frustrada, empezó a lamer y chupetear toda la cabeza del choto, y, una vez succionado todo el precum, la punta de su lengüita se ensañó aviesamente en el pequeño orificio. Me hizo gemir como un cachorrito y, cuando ya estaba por llenarle la carita de leche, me apretó fuertemente la base de la poronga con sus dos manitos (sin dejar de puntearme el orificio uretral: me estaba torturando). Completamente dueña de la situación, comentó mirándome sin pestañear y poniendo voz de nena putita ‘Me encanta tu verga, pa. Lo único que no entiendo es cómo vas a hacer para que me entre’, mientras se enderezaba, arrodillada, para luego encaramarse sobre mis muslos, abrir las piernitas y acomodarse sobre la verga. Cuando la tuvo bien apoyada en la breve, depilada, húmeda y depredada ranura, pegó un brígido conchazo que mi pija sintió como una trompada, y su conchita también: no entró ni la punta. Se refregó desesperada contra mi enloquecida manzana y exclamó ‘¡Ay, me duele todo pero necesito tenerla adentro! ¿Tenés lubricante?’. Señalé la cómoda. Con gracia felina, se bajó de la cama, extrajo un pote y lo exprimió sobre la punta de mi verga. Me estremecí al sentir la viscosidad en la punta del glande. Mientras yo permanecía extasiado, apretando las pestañas, ella (según el video que después edité) se echaba un buen chorro adentro de la concha sin ninguna ceremonia. Después se frotó la concha, mirando la verga y, cuando abrí los ojos, estaba mirándome con una sonrisa inenarrable de putita. Después se arrodilló otra vez con sus muslitos alrededor de mis caderas, se acomodó mi taladro entre las piernas mirándome (y acariciándome los huevos con la mano libre). Incluso con todo ese lubricante, entró la mayor parte de la cabeza, pero el reborde del glande quedó afuera. Cielo Riveros abrió los ojos y la boca con sorpresa y dolor, y se asombró más cuando vio que no había entrado ni la cabeza. Ahí, al ver su piel blanca, tersa y lampiña ensartada en mi cuerpo bronceado, áspero y peludo, enloquecí. La tiré boca arriba de cualquier modo, le dije ‘Pará que papito te va a ayudar’, y la empecé a clavar sin miramientos. Pese a toda una noche de cuidadosa (aunque salvaje) violación y analgésicos, la conchita seguía negándose a alojar el grosor (y ni qué decir la longitud) de mi pija: la nena empezó a dar grititos, quejidos y meras expulsiones de aire (cuando mi vientre se aplastaba violentamente contra su barriguita de piel translúcida y sudada) al ritmo de mis porongazos, pero no estaba disfrutando. Si no chillaba era, en parte, por el rudo y pertinaz adiestramiento del Jefe, y el resto porque su dolor, su asombro y la velocidad de mis embates no le daban ocasión. Ya le habían entrado al menos cinco centímetros de tronco cuando pudo dar el primer alarido. Como me consta que le excita que la traten con rudeza, le di dos sopapos suaves pero ruidosos en la cara, del derecho y del revés, y se quedó jadeando bastante en silencio mientras los pijazos volvían a arreciar. Después de tres minutos, ya no pudo más y rogó de nuevo ‘Por favor, me está doliendo mucho, sacamelá’. Embistiéndola con menor velocidad y fuerza (lo necesario para que la poronga no se saliera de la desbordada conchita), me sonreí ‘No puedo, Diosita. Son órdenes del Jefe’. Le chuponeé toda la boca, la cara, el cuello, los hombritos y las tetitas erectas y mordisqueables mientras la seguía cogiendo suavemente, como pajeándome con su conchita, y al final concedí ‘Bueno, me pongo boca arriba y me cabalgás vos, ¿OK?’. ‘OK’, asintió la temblorosa y dolorida putita. Empapada en sudor y con mi verga ya ocho centímetros ensartada en ella, Cielo Riveros evolucionó, mientras yo me acomodaba boca arriba sin sacarle la verga, para arrodillarse otra vez con sus piernas rodeando mis caderas, hasta encontrar la mejor posición. Empezó a cabalgarme, pero su rostro se retorcía de dolor, pese a toda la lubricación agregada a la natural que nuestra excitación seguía generando. Después de un par de minutos de dolor mutuo y recíproco, recordé cómo se calentaba cuando la denigraban verbalmente, y exclamé ‘Qué puta hermosa que sos’. Aunque demudada por el dolor, de inmediato empezó a saltar más sobre la poronga, clavándosela duramente y con fuerza para metérsela lo más posible. Temblamos al unísono cuando sentimos que se rozaban la punta de mi chota y la entrada de su útero. Ella lanzó una mezcla de suspiro y exclamación, y su conchita se estremeció tres veces seguidas. Aguanté como pude el lechazo que tan traicioneramente concitaron sus temblores y, todavía cimbrando de placer, le agarré las caderas blancas, carnosas y amasables y la empecé a sacudir salvajemente, haciéndome la mejor paja de conchita de mi larga y depravada existencia. Desbordada por semejante paliza vergal, la nena se sostuvo como pudo de donde pudo, dando chillidos y gemiditos que en muchos casos eran doloridas exhalaciones, mientras yo la seguía sacudiendo sin freno por varios minutos. Cuando se me cansaron los brazos, la tiré de nuevo boca abajo sin miramientos, le amarré las muñecas con mi mano izquierda por encima de la melenita carré color cocacola que le retocaba dormida una vez por semana, y con la palma de la otra le tapé la bocaza infantil mientras le apretaba la naricita con dos dedos para no dejarla respirar. Al rato, la nena estaba medio desmayada ya, pero su conchita empezó a pulsar más seguido; entonces comencé a sentir que me venía un lechazo apocalíptico, y me puse a gemir a los gritos y a cogerla más fuerte separándole las muñecas con mis dos manos. La conchita de Cielo Riveros, advirtiendo la inminencia del lechazo, empezó a contraerse frenéticamente, de tal manera que me frenó otra vez la acabada. Furioso y desesperado, empecé a levantar más el culo y darle pijazos más fuerte, golpeándole la entradita del útero y masacrándole el Punto G. Gritó ‘Me dueleeeee!’, así que le levanté los tobillitos, se los acomodé al costado de sus hombros, le tapé la boca y seguí dándole, con sensaciones apocalípticamente orgásmicas, pero sin poder deslecharme. En ese momento, sus ínfimos bracitos, que tenaz pero fútilmente intentaban contener mi torso hercúleo, se abandonaron al costado de su cuerpo y vi cómo sus ojos se ponían en blanco; pero su conchita seguía viva y apretándome la verga salvajemente, orgasmeando. Entonces di un largo alarido desconsolado y sorprendido, y le solté tres largos lechazos, hasta que me desmayé yo también sobre el cuerpo inánime de la nena.
El registro en video atestigua que estuve unos tres minutos desmayado. Cielo Riveros volvió en sí un poco antes. Mi verga se había ablandado lo suficiente como para dejar de torturarla, pero no tanto como para salirse sola; en cuanto empecé a recobrar el conocimiento, empezó a endurecerse de nuevo, y Cielo Riveros se revolvió abajo de mí intentando zafarse. Cuando terminé de despabilarme, me rogó llorando ‘Por favor, sacamelá, me lastima mucho’. Apiadado, aunque ya con la verga parándoseme más, la saqué de un tirón. Hubo un ruido de botella descorchada y después me tiré entre sus piernas, se las abrí bien y observé la conchita: estaba tan abierta como puede estarlo una boca. Se la besé repetidamente, con ternura. Cuando le mamé el clítoris, lo noté excitado, pero a ella gimiente. Me levanté con la verga completamente parada y extraje del cajón una pomada analgésica. Luego me tiré al costado de ella y le unté la pomada adentro de la concha, lo que, con la excitación del cóctel de drogas que le había encajado y la excitación que yo también tenía, se convirtió pronto en masturbación; simplemente se abrió más de patas, levantó el pubis y puso las manitos tras la nuca, gozando con el rostro demudado de placer y dolor, y los ojos cerrados. Pronto estaba tan excitado con su inagotable excitación de pendeja drogada que me arrodillé con mis muslos alrededor de sus caderas, le puse las patitas juntas sobre mi hombro derecho y, apretando los cada día más lindos y fuertes muslitos, me la cogí ‘a la griega’: refregando la pija entre sus muslos y rozándole el clítoris. Me la cogí enloquecidamente de esa manera y así le causé el primer orgasmo consciente y disfrutado de esa mañana; cuando la sentí estremeciéndose, apreté más sus muslos contra mi pija y le lancé tres largos chorros que se esparcieron por sus pechitos, su cara, su vincha y su pelo. Me quedé contemplándola jadeante y lecheada, y después, más enamorado si cabe, fui a buscar nuestro desayuno.
Tuvimos sexo todo toda la mañana y la siesta así, sin penetrarla, pero orgasmeando los dos salvajemente, entre el calor atroz que el Jefe le imponía a la Habitación 3. Entre sesión y sesión, dormitábamos abrazados, casi sin hablar. El Jefe me había prohibido tirarle data ni contestarle preguntas. Pero cerca de las cinco de la tarde, con los pubis doloridos de tanto acabar incluso sin más penetraciones, me preguntó al fin ‘¿Cuándo me van a soltar?’. Me vi obligado a contestarle que nunca, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Rogó ‘Déjenme aunque sea ver a mis padres’. Acariciándola, le contesté ‘Diosita, vos sos muy inteligente y sabés que no podemos hacer eso. Pero tenés que resistir, vas a ver que pronto tu situación mejora’. Apoyó su carita en mi pecho y lloró larga y desconsoladamente. No tuve ánimo más que para acariciarla y apretarla fuerte entre mis brazos, a modo de consuelo. Después de un rato me levanté y me fui a duchar. Ella dormitaba cuando salí. Me vestí y fui a hacer otras cosas. Volví cerca de las 8 de la noche; se había bañado y tenía puesta una putienagua nueva que encontró en la cómoda, negra y transparente. Apenas entré, me miró con esa cara de puta que pone cuando está muy caliente; la última megadosis de Gotexc empezaba a hacer su efecto. Me desnudé sin decirle nada mientras ella miraba mis músculos y mi verga con codicia: seguramente era el cuerpo masculino más espléndido que ella hubiese visto desnudo. Luego me abalancé de parado sobre su bocaza roja y nos comimos a chupones. Enseguida, se colgó de mí y me rodeó con sus piernitas. La levanté aferrándola del orto a dos manos y la dejé refregarse contra mi verga mientras la amasaba toda. Mi verga pulsaba como si no la hubiera puesto en semanas; comencé a chuponearla por todas partes y al final, apretando sus nalgas de nenota entre mis manazas de gigante, le pegué una prolongada, sádica y salvaje mordida de cuello que la hizo jadear de placer y chillar de dolor; enloquecida, se refregaba contra el tronco de mi verga y buscaba la punta, que le quedaba demasiado arriba. Desesperada, exclamó ‘Ay, cogeme toda, necesito tu verga adentro, aunque me hagas mierda’. Me arrojé sobre la cama con ella abajo y abierta de patitas. Era tan diminuta, tan linda, tan sexy y tan puta que me tenía casi bramando de deseo. Todavía sin sacarle la enagua negra y transparente, la mordisqueé toda y muy fuerte, sobre todo los pezones cada día más erectos, carnosos, sonrosados y puntudos, bajando luego entre tarascones hacia su entrepierna desnuda, blanca, carnosa, tierna y olorosa a hembrita alzada. Le mordisqueé fuerte los muslitos y toda la conchita, el capuchón del clítoris, arrancándole grititos de dolor y excitación. Estaba desesperada de verga; acabó enloquecida con su clítoris entre mis labios, que, envolviendo mis dientes, la mordían duro: me atraganté con su squirt. Me enderecé de rodillas entre sus patitas abiertas y, mientras aún se estremecía de placer, le di dos ruidosas, aunque en verdad no fuertes, bofetadas (una con cada mano, una en cada mejilla). Después me tiré boca arriba con la verga recontra parada y desbordando de precum el prepucio, y, poniéndome las manos tras la nuca, le ordené ‘Chupamelá bien, puta, así te entra más rico’. Asintió, pero se quedó todavía un minuto sin poder moverse, exhausta de placer. Al final la levanté de los pelos y la arrojé hacia mi verga. Se apoyó con sus dos manitos sobre mi vientre para no caerse y se quedó embobada mirando mi chota pulsante, llena de venas y de jugos de macho (su cara en el video, empapada en sudor, con los párpados todavía entornados por su último megaorgasmo, era un poema). Enseguida comenzó a besuquear el tronco para bajar de inmediato hacia mis grandes huevos, que no paraban de producir semen en su honor. Le ordené ‘Ponete entre mis piernas y mirando hacia mí, así te puedo ver la cara de puta que ponés cuando la chupás’. Sin inmutarse, se acomodó en la posición demandada y, mirándome, fue sorbiendo todo el precum que chorreaba hasta mis huevos; cada tanto, pegaba su rostro de lolita contra el tronco, y se refregaba contra él, mirándome y volviendo a besuquearla, a lamerla, a chuparla en las partes más viscosas. Se demoró deleitosamente chupeteando y sorbiendo el prepucio y al final, mirándome para observar con atención mis reacciones, lamió el lago de precum que quedaba dentro del prepucio; cuando quedaba sólo un poquito, se restregó la punta contra su carita sin dejar de dirigir su mirada de ámbar hacia mí. ‘Me encanta tu chota, pa’, comentó poniendo voz de nenita calientavergas. ‘Me encanta que te encante, hijita, porque te va a entrar toda y muy fuerte. Ahora subite y ensartate la verga como te enseñó el abuelo’, respondí. Al Jefe le iba encantar la referencia, y así seguíamos la serie de videos. La espléndida y astuta putita se encaramó sobre la verga, apoyándose con cuidado sobre la punta y luego presionando fuertemente y sin pausa hasta que le entró toda la cabeza. Quedamos trabados y ella jadeando por el esfuerzo. Levantó las piernitas y quedó en el aire, ensartándose más en la verga entre quejidos de los dos. Su denodada putez había logrado, en poco más de cinco minutos, introducirse seis o siete centímetros de verga. Ahí no pudo más y exclamó, azorada, dolorida y encantada ‘¡Qué verga que tenés! Me matás’. ‘¿Peor que Mandinga?’, pregunté. ‘Re’, contestó la nena, clavándosela más. Después apoyó las manitos sobre mis muslos, cerca de las rodillas separadas y un poco levantadas, y así, inclinada levemente hacia atrás y con los ojos cerrados por el placer y el dolor, empezó a cabalgarme. Yo la ayudaba levantándola con rudos pijazos mientras la contemplaba, extasiado; su conchita diminuta estaba abierta como una flor, con mi pija adentro. Cuando la verga hizo tope, temblequeó y lanzó un estremecido suspirogemido, para después derrumbarse de espaldas entre mis rodillas. Seguimos cogiendo así, en perfecta coordinación: era la mejor cogedora que conocí en mi vida. Después de un rato garchando en esa posición, me arrodillé, le rasgué la putienagua a los tirones, le abrí bien las piernas estirando sus tobillitos y la seguí garchando. Empezó a enloquecerse, a rasguñar y tironear las sábanas, a gemir como una gatita furiosa, a bramar como una leona en celo, mientras yo, cada tanto, le mordía los piecitos, los ínfimos tobillos, las deliciosas pantorrillas. Le arranqué del todo un pedazo de enagua y le rodeé la cara, para luego tirarme de pleno sobre su blanco cuerpito y empezar a darle con todo. Seguí en esa tesitura furiosamente (según los registros en video) durante tres minutos y veintisiete segundos, con ella gimiendo, rugiendo, lagrimeando y dando conchazos orgásmicos ante mis embates. Así, cuando ella ya llevaba casi dos minutos acabando espasmódicamente, le rebalsé la conchita de leche entre rugidos roncos. Nos quedamos varios minutos como estábamos, ensartado hasta el tope sobre ella, jadeantes, nadando en sudor sobre las sábanas empapadas, los cabellos chorreando sudor. Después de cinco minutos, cuando pudo emitir palabra, musitó gimiente ‘Sentí que me rompías. Me duele muchísimo’. Efectivamente, cuando puse sacarla, un chorrito de sangre se mezclaba con el semen y el jugo de hembra que desbordaba su ínfima pero ávida conchita. Después le di más analgésicos y evité encajarle más Gotexc en el agua y la comida. Dormimos más siesta hasta la noche y luego cenamos entre mimos (ella sentada sobre mis piernas, refregándome el culazo en la chota dolorida pero anhelante aún). Sabía que era una utopía ensartarle ese ojete divino: ahí sí que la iba a romper, quizá de manera irreparable. Pero cuando nos acostamos, calientes pese a que todo efecto del Gotexc ya se había extinguido hacía horas, y me refregué entre sus nalgas frenéticamente aplastándola contra el colchón, chuponeándole y mordiéndole toda la carita, el cuello, los hombritos y la espalda infantiles hasta que sentí que estaba por acabar. Entonces le abrí las nalgas, apoyé con fuerza la punta de mi verga en el ano maltratado por tantos manos menos pijudos y más afortunados que yo, le hice crujir el culito insertándole la punta del glande y dedicándole a ese culazo la última lecheada de la noche, antes de dormirnos exhaustos.
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